sábado, 11 de diciembre de 2010

Paradojas.


- Levanta la vista y mira.
- ¿Y qué miro?
- El mundo.
- ¿Para qué? El mundo nunca se da cuenta, no se da la vuelta y ve que mis ojos se posan sobre él.
- Quizá eres tú la que no se da cuenta.
- Quizá. En todo caso, hay demasiados mundos... Yo soy un mundo.
- Demasiado infranqueable.
- Sí, a veces. ¿Y qué? Tampoco la mayoría se preocupa en explorar, prefieren seguir mirando su propio cielo. Y no está mal, a mí me gustan mis estrellas y mis lunas, el problema es que no sé distinguirlas entre ellas, no sé darme cuenta de que hay mundos donde no hay cabida para mis deseos.
- Puede ser que sea cuestión de espacio.
- Sí, y de intención. Después de todo, ¿qué les importa al resto de mundos que el mío se mueva como nunca lo había hecho, en perfecta sincronía, o que se pare? Ellos siguen igual, siguen su rotación, y las caras no coinciden, están normalmente de espaldas. Y no, no creo en las casualidades.
- ¿Y por qué no haces que llueva?
- Porque llover es demasiado especial como para que apenas nadie lo comprenda.
- Es a ti a quien no se comprende.
- En algo estamos de acuerdo. O no.

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