lunes, 24 de enero de 2011

Reflejos.

Qué pena, qué tristeza, da abrir los ojos y ver a personas que un día simbolizaron un todo que después se acabó quedando en nada (aunque quizá siempre lo fue) Y es que ahora son... nada.
Y abro los ojos y observo, mientras coloco los cascos en mis oídos, y me doy cuenta de que ellas nunca me han observado, ni me han oído, como si su volumen se encontrase en otra onda, que no era la mía, por supuesto... como si su vida se envolviese de espejos que únicamente, con maestría, devuelven su reflejo una y otra vez. No había espacio para mí en ni siquiera un millón de espejos. O puede que sí, quizá en una parte de atrás, guardada en un cajón adorable al que recurrir cuando no había armarios.
Y puede que yo, ilusa, me creyese dueña de sonrisas del reflejo, de lágrimas, de abrazos. Puede que yo, amiga, me creyese tu amiga, lo cual para mi mundo significa que tú también eras la mía y que aparecías, sin duda, en mis reflejos, en todos. Puede que yo cometiese el tremendo fallo de fallarte por no fallarte, de mirarte a ti, real, sin reflejos, y dejase de observar solamente lo que tú veías, siempre tú, tú, tú... Y cuando lo hice, cuando mis ojos salieron de tu bucle, de tu sinfonía de reproches y astucias, de tus caras conocidas y alabadas, de tus silencios de mentira... cuando lo hice, como decía, te vi. Y tú, amiga, tú no fuiste capaz de mirarme porque nunca lo habías hecho y no sabías cómo. No supiste... Así que te diste la vuelta, pero esta vez agachaste la mirada porque sabías que yo ya me había ido antes, porque sabías que yo era libre, porque sabías, mientras llorabas, que no estabas perdiendo solo un cajón y que, por mucho que cotorreases después, había sido culpa tuya.
Y yo también lloré, no creas. Y de hecho puede que aún, mientras te estoy mirando, tenga ganas de gritarte que me digas que no, que todo fue mentira, que mi amiga, lo que yo creía que eras (en realidad lo que yo quería que fueras) sí existió. Pero no, no existió. Nunca.
Así que subo el volumen de mis cascos, que se encuentran en una onda diferente a la tuya, y me dedico a observar lo real, a sentirlo. Y tú, no amiga, no estás incluida en eso, lo estuviste, pero una moneda no valdría nada si solo tuviese una cara. Y yo te di la mía. Y ahora tú sólo eres un cajón con recuerdos, pero un cajón de los que no se llevan cuando hay mudanza.

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